Regreso a casa buscando seguridad y escapando del C19, por Rómulo Antúnez

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Hoy; ya no se pudo más, cogieron lo más valioso de sus humildes chozas en los cerros, llenaron la mochilita y bolsitas, con hijos al hombro; quien sabe con el C19 en sus pulmones; emprendieron el regreso a casa. Escapan de una ciudad que nunca fue pensado para ellos y ellas, pero se acostumbraron vivir el día a día, de cachuelo, convivieron en la explotación moderna de horas interminables de trabajo, en la periferia y marginalidad, con carencias de una buena alimentación, a comprar bidones de agua que cuestan 2 o 3 veces en comparación al que SEDAPAL abastece en la gran ciudad y sus vidas fueron marcados por la discriminación y la violencia dentro y fuera del hogar.
Pero vivir en la ciudad no fue tan mala ni tan buena; de cuando en cuando hubo un lujo, un espacio para compartir una buena pollada con música achorada y muchas chelas, una colorida yunza con una buena orquesta de mi pueblo, una linda fiesta patronal con la mejor banda de músicos, o un domingo de parque las leyendas con la familia o el(la) enamorado(a) y los más jóvenes disfrutaron un buen fin de semana de discoteca con la mujer o el hombre de sus ensueños. Así fue Lima y a medida que suben cuesta arriba por las orillas del río hablador la nostalgia invade no sólo por dejar atrás la gran ciudad si no por la incertidumbre de un retorno a la tierra de origen donde todo habrá cambiado.
En fin, como para reducir las culpas o la frustración de no haber conquistado Lima; hay una buena razón para alejarse de la gran ciudad. La vida es lo único que tienes, las cosas y el dinero se consiguen poco o mucho, siempre habrá mientras se tenga tranquilidad social, pero ahora llegó ese bicho que nadie ha visto pero que todos conocen como coronavirus COVID 19 que vino en avión y de pronto obliga a meterse a los 5 0 10 m2 de la casa de esteras, triplay, de plástico o en algunos casos de ladrillos apilados con algo de cemento.
Allá en mi pueblo el distanciamiento social no es necesario, porque el campo es casi infinito, el ambiente es sano aunque con el C19 quien sabe; alimento no falta si hay lluvia y agua la comida sobra, solo falta trabajar el campo, criar los animales y cultivar la tierra; quizás conseguir la plata sea un poco difícil pero tampoco los gastos son como en la ciudad –día que no trabajas, día que no comes- allá en mi pueblo el trabajo es parte de la vida porque trabajo no falta sobre todo cuando tienes que asegurar la comida y el bienestar de la familia.
Es la población flotante de la ciudad y del campo, salió de su pequeño pueblo para progresar en la gran ciudad, encontrar mejor educación, salud, internet, diversión, mejor economía y se convirtió en el “informal” de la ciudad, porque no tiene RUC, no registras sus bienes en SUNARP, no contribuye ni tributa, no tiene una cuenta en el banco, no es sujeto de crédito, no ha pasado por el notario y apenas si tiene su DNI y en la ciudad es tratado como un delincuente por el hecho de no cumplir con el concepto tradicional de “formal” dentro del “libre mercado” y de las normas que te califica como un maldito informal que hay que perseguirlos con serenazgo, SUNAT, bancos y cuanta institución que imponga el orden con violencia.
En la ciudad no hay una política pública para esos 70% de informales, -gran parte migrantes y ahora retornantes-, y en sus pueblo tampoco habrá una política para poyarlo en el proceso productivo de sus pequeñas parcelas olvidadas hace 27 o 30 años –desde que llegó el neoliberalismo de fujimori-, y han sobrevivido a climas adversos, fenómenos de niñas y niños de todo tipo, en la pobreza o en la riqueza, con canon o sin canon; esa agricultura familiar ha logrado no sólo sobrevivir, sino a alimentar las ciudades, contener la desnutrición y la anemia, dinamizar el empleo y la economía, todo eso sin una política pública del Estado que los considera simplemente como “objetos” del asistencialismo y de manipulación por los votos que se requieren para ganar las elecciones.
El campo necesita agua, asistencia técnica y soporte tecnológico; que no tiene desde que se desintegró el Ministerio de Agricultura y se convirtió apenas en unas oficinas burocráticas del Ministro en Lima y 25 Direcciones Agrarias que no se sabe si pasaron a los Gobiernos Regionales o son unas ventanillas de trámite del MINAGRI que muere de inanición presupuestal, con un Pronamachcs convertido en AGRORURAL que hace de todo y en nada tiene resultado, o un SENASA, AGROIDEAS y tantos otros programas que funcionan como feudos o como promotores de negocios de los directores de turno.
El éxodo no es cosa menor, muchos retornan a no regresar, otros volverán a la gran ciudad, pero nada será igual, se necesitará cambios y adecuaciones de sus vidas y de las políticas públicas para garantizar salud, educación, empleo, recuperar su economía perdida, adecuarse a las actividades agrarias rurales, sobre todo ahora que todos regresan a casa y pasan a ser de extrema pobreza.
Especialista en Gestión Pública Descentralizada